Más cerca de los Beatles que de tus discos de jazz.

.

lunes, 1 de febrero de 2016

No puedo prometerte nada. A ti ya no. Llevo días viviendo en un abrazo que sonaba a despedida pero que ni si quiera decía adiós. ¿Pero cómo nos vamos a atrever a hacerlo? No te prometo nada, porque no te lo mereces. Tú te mereces mucho más que eso. Llegaste a mi vida y la descolocaste por completo. Me recordaste cada día las cosas que yo no me decía cada vez que me miraba al espejo. Confiaste en mí, y me atrevería a decir que alguna vez yo también lo hice. Confié en mí y llegué lejos, o más bien, llegamos. Pintamos un mundo que era rosa cuando a mí me apetecía, que sabía a chocolate al despertar y a besos esparcidos en la cama. ¿Quién nos diría hace tres años que hoy seríamos y estaríamos aquí? Nadie hubiese puesto la mano en el fuego por todo lo que ha ocurrido todo este tiempo. Tal vez por el hecho de que fuese impensable es por lo que se me hace tan bonito. Se me hace bonito cada recuerdo que hoy imagino mientras suena mi despertador. Se me hace bonito el caminar por los mismos sitios por los que un día tú y yo nos paramos solo para decirnos una vez más quién era más tonto de los dos. Aprovechamos cada minuto, o al menos eso quiero creer. Aprovechamos la vida para disfrutarla, y el amor para crecer y para confiar, confiar en uno mismo y también en el resto. Aprendí cosas que nunca pensé que echaría tanto de menos. Hoy voy hasta el último vagón del metro solo para salir la primera, y todavía no sé si lo hago por utilidad o por el mero hecho de recordar tus manías. Hoy agarro la almohada y la convenzo de que no te echo tanto de menos. La doy las buenas noches y la seco las lágrimas. Hoy hasta las paredes de mi cuarto me dicen que dónde estás. Que por qué no hay nadie escondiendo mi bandera del Real Madrid ni tirando todos los peluches por el suelo. Que dónde estás, que qué he hecho. Y yo no se qué responder. Tal vez es por eso por lo que no hago más que cargarme a todo el que me recuerde a ti. Pero, ¿sabes? No puedo terminar conmigo misma. Yo siempre estaré aquí, y hoy sigo siendo esa que era cuando estaba contigo. Sigo teniendo mis manías, sigo poniéndome calcetines de distinto color, poniéndome el reloj en la mano derecha y echándole demasiado nesquik a la leche. También sigo siendo aquella que no sabe callarse de vez en cuando, y que se queja de cosas por el mero hecho de no saber ser feliz. Pero bueno, tú eso ya lo sabes, para qué te voy a prometer que he cambiado. Si estoy aquí es porque quiero recordarte que nadie es lo que es toda su vida, y eso lo he comprobado después de haberte conocido. Y que yo quiero ser contigo, y eso implica esforzarme en que sigas prefiriendo un nosotros a un tú y yo por separado. Que quiero aprender a ser otra vez. Y que solo hay una persona que puede hacer eso, y esa soy yo. No te quiero prometer nada, porque tú te mereces más que eso. Pero sí quiero decir que las ganas no me faltan. Que no quiero ser sin ti, que no quiero más despedidas, ni miradas que saben a poco. Que aceptaré un adiós si eso es lo que quieres. Pero yo nunca lo diré. Hay mil razones por las que podríamos dar esta historia por terminada. Pero encuentro muchas más por las que no perder la esperanza.
Y esa última que marca la diferencia está detrás de lo que me dijiste una semana después de ese veintidos de marzo, -quieres salir conmigo-. Me niego a que aceptar que la llama está apagada. Me niego a decir que ya no noto que me quemo cada vez que me miras a los ojos. Me niego a aceptar que el amor no es suficiente. Porque donde hay amor... donde hay amor hay todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario