Más cerca de los Beatles que de tus discos de jazz.

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jueves, 5 de noviembre de 2015

Me quemé. Al final me quemé. Y tú todavía andas por ahí intentando encender la vela de nuevo. Pero a veces la voluntad propia no lo puede todo. Y quién mejor que nosotros para saberlo. A veces dices basta después de intentarlo mil veces, y sigues siendo aquel cobarde que acabó rindiéndose. Porque a veces nos quedamos con los resultados y tiramos todo lo demás por la borda. Pero es que todo lo demás somos tú y yo. Y aunque el resultado sea desastroso, nadie puede quitarnos nuestros intentos fallidos. Porque fue divertido equivocarnos, fue divertido caer y mirar de frente para saber que caíste conmigo. Que nunca tuve que mirar arriba porque nunca me sentí menos que nadie. O tal vez sí, pero no menos que tú. Y tal vez no tuvimos un buen resultado porque nos pasamos toda la carrera parando a descansar. Porque cada vez que veíamos un banco lo hacíamos nuestro. Alguna vez perdimos el tiempo más de la cuenta marcando nuestras iniciales con una llave, pero qué mas da si el camino es lo que importa. No hacía falta marcar un banco porque a mí me dejaste suficiente marcada por dentro. Pintaste tus iniciales con el rojo de mis mejillas y dejaste mi estómago patas arriba mientras me besabas por encima de mis costillas. No hacía falta dejar por escrito en un banco que lo nuestro sería para toda la vida. Porque nadie entendería que algo tan desastroso fuese en realidad la mejor aventura de mi vida. Tal vez sea como las cenizas de quien un día fue un héroe y hoy nadie se atreve a pronunciar su nombre. El resultado siempre va a ser malo. Deja que la llama se quede apagada, deja que nadie entienda por qué seguimos con ganas de modernos los labios cada día. Deja que la luz esté apagada que así nadie me verá. Deja la luz apagada que no quiero que nadie encuentre mis cenizas y se compadezca de mí. Porque eso sí que sería un desastre.

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