Más cerca de los Beatles que de tus discos de jazz.

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sábado, 17 de octubre de 2015

Me da vértigo el día en que no nos volvamos a ver. El día en que nuestros planes para el futuro se queden en mis manos y vayan goteando hasta ahogarme por completo. Aquel día todo será nada y el resto será desierto. Nos miramos tan fíjamente todo este tiempo, que se me ha olvidado cómo se mira a alguien a quien sabes que no volverás a ver el resto de tu vida. Se me ha olvidado olvidar, ya ves tú. Perdí cosas por el camino que no sabía ni que existían, y el camino se me hizo tan corto que no sé si retroceder o quedarme aquí parada unos cuántos años más. Se me olvidó a dónde ibamos desde el día que dimos nuestro primer paso. Y las huellas fueron pintando en el suelo todas las noches que me decías te quiero, y borrando con nieve blanca los días en los que nos decíamos lo que hoy no queremos volver a escuchar. Los días vuelan como sigue volando la golondrina de Bécquer y las cosas acaban como el poema veinte de ese otro gigante. Y tal vez una canción desesperada fuese su forma de anunciar que los finales te desquician y te queman como una llama por dentro. Pero tú, Neruda, tú hacías la desesperación bonita e incluso convertías al fuego en hielo, con quemaduras elegantes y de esas que esconden historias que contar.
Tú eres una de esas historias. Tú no convertiste el fuego en hielo, ni tampoco hiciste de la desesperación la forma más bonita de morir de amor. Pero me hiciste feliz, y a veces esto suena tan facil que nos olvidamos de todo lo que conlleva.
Y, tal vez, la forma más bonita de despedirte de alguien a quien no volverás a ver es decirle eso: Me hiciste feliz, qué más hay que añadir.

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