Siempre sonríes y no me tienes en cuenta. Me buscas y no me encuentras, y yo mientras haciendo señas con los ojos para que se paren los tuyos. Qué ironía. Me han dicho que en la vida hay que luchar. Pero no hablaban de las batallas que ya están perdidas sin ni si quiera haberlas emprendido. Ya sabes a qué me refiero, cuando intentas ocupar un sitio que ya está ocupado. Y aún peor, cuando quien lo ocupa lo hace jodidamente bien. Y entonces sabes que lo malo no es alegrarse de las desgracias ajenas, sino entristecerse por los logros del que tienes al lado, ahí, donde tus ojos sí miran cuando te da por sonreír.
Tú la tienes a ella. Y lo poco que puedo decir es que mi mundo gira cuando ella sonríe por iniciativa propia. Cuando canta por lo bajo, cuando se rie y contagia a todos de felicidad. Sí, justo es eso, felicidad, siento felicidad por verla cada mañana. Y que la batalla esté perdida no significa que no pueda escribir unas cuantas líneas cada noche mientras escucho su canción preferida de Sabina. Y aún más, que algún día esas líneas me animen a regalárselas sin motivo aparente.
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