Más cerca de los Beatles que de tus discos de jazz.

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lunes, 28 de julio de 2014

Anoche la besé, y aunque ella no se percatase de ello yo noté sus labios chocándose con los míos y a mi corazón derrumbándose como el muro de Berlín. Tenía un nombre parecido al de la esperanza en plena madrugada de que mañana será un día mejor. La saqué a bailar mientras sus ojos se movían como un país en plena guerra, pero no había soldados, esta vez en ellos tan sólo había un pobre hombre que se había topado con el amor. Y de qué manera… Me soltó sus manos, se dio media vuelta y se fue. Y así fue como conocí al amor, probablemente al que todos llamarían el amor de mi vida, ese del que duele hablar como duele un puñal clavado en el pecho. Desde ese día veo su cara en cada café de madrugada, la veo cada noche en cada tequila de aquel mismo sitio donde imaginé besarla y sacarla a bailar. Pero a veces las imaginaciones son tan bruscas que te llegan a matar, y esta es una de ellas, una de esas historias que acabas de contar y te preguntas, ¿de verdad se puede morir de amor?

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