Nunca habló de felicidad, sin embargo, me sonreía a tan pocos centímetros de mí, que podía notar hasta el roce de sus mejillas.
Nunca me habló de ser feliz a pesar de las mil palabras que salían de su boca a las tantas de la madrugada.
Nunca nos dimos cuenta, hasta que me sentí absurdamente vacío esperando a que un semáforo se pusiese en verde sin ninguna mano agarrando la mía, sin nadie gritando y riendo en mi oreja mientras el resto de la gente observaba.
Es entonces cuando supe que tenías que volver. Tenías que volver para mal acostumbrarme de nuevo a tus andadas, a tus manías y a tus bromas. Mal acostumbrarme a que todo lo que salga de tu boca signifique más que un mundo en mi cabeza. Mal acostumbrarme a dejarme con ganas de más cada noche, ganas de más rutina, de lunes de café, periódico y tus besos.
Y es que sin ti, yo no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario