Más cerca de los Beatles que de tus discos de jazz.

.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Y llegó como llegan esas cosas que no tienen mucho sentido. Entró a mi vida, se quitó los zapatos y se puso cómodo. Y por un momento hasta me creí que llegó para quedarse. Cada mañana me despertaba su respiración y sus ganas de querer. Eso siempre fue lo que más me gustó de él, su forma de querer tan intensamente. Su forma de hablarme a los ojos, de convertir cada noche en algo que de verdad mereciese la pena. Su forma de reír, de pensar, incluso de caminar. Era una de esas personas de las que se entrega a fondo en cada cosa que hace, y cuánto hacen falta ese tipo de personas en la vida. Caminamos con una dirección pero sin ningún sentido. Él solía decir que lo esencial en la vida es contruíte a ti mismo y no dejar que el resto lo haga por ti. Y qué razón tenía. Se pasaba las noches leyendo, escribiendo o acariciándome el pelo, pero siempre acabábamos de la misma forma, algo de lo que estaría mal detallar en estas líneas que puedo llenar sin sentido alguno. Podríamos hablar de guerra o incluso del hambre en el mundo, porque eso no estaría tan mal visto... Pero sin entrar en contradicciones y hablando de otro tipo de cosas que también carecen de razón, sigo queriendo poder explicar cómo unos ojos pueden llegar a ser poesía. Cómo su forma de replicar todo lo que en la vida aceptamos por miedo, conformismo o simplemente vagancia, me inspiraba cada noche para poder quererle todavía más. Pero lo bueno, si breve, dos veces bueno. Hay personas que llegan a tu vida para aprender de ellas. Otras llegan para destruírte al mismo tiempo. Y otras, muy selectivas, para vivir el resto de tu vida buscando los cachos rotos que se perdieron por el camino. De esas últimas solo aprenderás una cosa: a querer en cantidades justas y con la cabeza en su sitio, a querer menos, pero a querer mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario