Más cerca de los Beatles que de tus discos de jazz.

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martes, 3 de junio de 2014

Hubiese jurado que todavía seguías respirando en mi cuello cuando me di la vuelta y te vi marchar. 

Se me pasaron por la mente los meses que malgastamos juntos de la forma más tonta. Qué forma de tirar el tiempo, qué forma de reír en mitad de la calle mientras el resto se preguntaba si eso era normal. Y a veces me daban ganas de asegurarles que no lo era, que ni mucho menos era eso lo que mi madre deseó para el resto de mi vida. Y joder, todavía recuerdo llegar a casa de puntillas mientras mi padre se hacía el dormido con ganas de acabar contigo. Se me pasaron por la mente también los bancos que nos apropiamos durante horas como si no hubiese nada mejor en el mundo que malgastar minutos sentados  en mitad de plaza de España. Retumbó por mi cabeza el vaivén de tus caderas las noches guarras, que aunque se fueron como una ráfaga de viento en pleno agosto, me hicieron sacar la sonrisa más tonta que podrías imaginar. Y así, entre unas cosas y otras, me di cuenta de que no te podía dejar marchar. Que si lo hacía siempre me quedaría una historia con la que hacer llorar a mis hijos. Que jamás me perdonaría dejar pasar lo que llena mi vida de lo que quiero ver (aunque no sea eso lo que siempre pensé que vería, aunque mi padre acabe matándote y aunque mi madre siga con la esperanza de un futuro mejor), y que por mucho que pueda llenar minutos con mil cosas más, me niego a dejar de perderlos contigo.

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