Me da pena la vida, los cambios de sentido, las señales de stop y los pasos perdidos. Me agobian las medianas, las frases que están hechas, los que nunca saludan y los malos profetas. Me fatigan los dioses bajados del Olimpo a conquistar la Tierra y los necios de espíritu. Me entristecen quienes me venden kleanex en los pasos de cebra, los que enferman de cáncer, y los que sólo son simples marionetas. Me aplasta la hermosura de los cuerpos perfectos, las sirenas que ululan en las noches de fiesta, los códigos de barras, el baile de etiquetas. Me arruinan las prisas y las faltas de estilo, el paso obligatorio, las tardes de domingo y hasta la línea recta. Me enervan los que no tienen dudas y aquellos que se aferran a sus ideales sobre los de cualquiera. Me cansa tanto tráfico y tanto sinsentido, parado frente al mar mientras que el mundo gira...
Hay veces en las que nos aferramos a solucionar problemas, a curar heridas, a recuperar todo cuanto nos pertenecía, a hacer lo posible por que todo sea como era. Nos machacamos la cabeza, lloramos, nos rendimos pero más tarde lo volvemos a intentar. Lo damos todo, eso está claro. Pero lo que no entendemos es que muchos de los problemas que queremos solucionar tan solo es el tiempo el que puede hacerlo. No entendemos tampoco que las heridas tienen que cicatrizar, tenemos que dejarlas ahí para que ellas mismas puedan curarse. No entendemos que aquello que se fue, se fue por alguna razón, y que si vuelve, lo hará por el solo. No entendemos tampoco que no podemos pretender que las cosas sean siempre como a nosotros nos gusta. Nos tenemos que acostumbrar a los cambios, aceptarlos. Pero sobre todo, y lo más importante, es que debemos buscar la felicidad en las cosas nuevas que nos depara la vida, y no llorar mirando atrás y tropezándonos una y otra vez por no mirar al frente.
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