Miro a los ojos por si algún día alguien me abre el corazón. Me han dicho que cuando eso sucede suelen hacértelo pedazos. Te lo abren y se te queda el cuerpo como cuando te dan ese abrazo agridulce que ni sí ni no, como ese primer beso que no sabes si enamora o decepciona. Pero tú te dejas como si aquello fuese una mesa de operaciones, a corazón abierto y con la adrenalina en la garganta, y si eso no es querer que baje quien esté allí arriba y lo vea. Que nos vea formando uno, que nos vea follar con los ojos, amar con la boca, arriesgar con todo. Porque si no se quiere del todo es mejor no querer; si no te dejas la piel, si no das hasta el último suspiro por esa boca, entonces no merece la pena que ames. No merece la pena que llores, ni que pidas perdón, ni si quiera que perdones.
Y de verdad creo que si quien esté allí arriba no ha tenido la sensación de que el amor es superior a todo después de vernos, esque entonces es él el que no tiene corazón. Es a él a quien nunca se lo abrieron, a quien nunca se lo hicieron pedazos, a quien nunca se lo arrebataron para llevarlo a lo más alto
-y sin preguntarse nunca si algún día lo volvería a necesitar-.
Mi guerra fría empieza y acaba en ti, en constante lucha conmigo misma, entre la espada, la pared y tu espalda. No me habléis de guerra si no sabéis amar el silencio. Su silencio.
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