- ¿Me lo prometes? pregunté con los ojos aún húmedos y los labios secos.
- Te lo prometo.
Y entonces te creí. Te creí hasta el punto de sonreír como una tonta ante unos ojos que no hacían más que mentir. Te creí mientras tú evitaste pensar en el daño que me ibas a hacer en tan poco tiempo. Te creí y aunque me arrepienta de ello, lo he vuelto a hacer todos los días de mi vida. Creerte y decepcionarme como si algún día alguna parte de la historia fuese a cambiar, o que tal vez tú fueses quien cambiaría; sea como sea lo hacía tan sólo para hacerme un poco de menos daño. Pero jamás te cansaste de mentir, de jugar con mis ojos de niña y mi fuerte credibilidad. Y es que nunca pensé cuánto puede llegar a mentirse una persona tan sólo para no admitir la realidad, no abrir los ojos y dejar que duela, que duela de una sola vez, y no paliza tras paliza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario