Nunca me paré a pensar en las razones de aquel que dijo una vez que la vida era como una montaña rusa; nunca hasta ahora, hasta que descubrí la razón que llevaba.
De pronto te encuentras caminando hacia esa atracción que siempre te ha gustado tanto. Te encuentras esperando tu turno con ganas, con una sonrisa en la cara y unas mariposas en el estómago que no sabes muy bien qué hacen ahí después de tanto tiempo. En menos de lo que te des cuenta llega tu turno, te suben a lo más alto, justo a ese punto que tanto deseabas llegar y llega el momento, te sueltas. Te sueltas sin remordimientos, te dejas llevar, gritas, ríes, incluso lloras. Todo pasa tan rápido que a veces pierdes la noción de aquello que pasa a tu alrededor, lo vas dejando pasar mientras tú te centras en tu atracción. Y bajas, bajas cada vez más hasta llegar al suelo. Y entonces, ya no es todo tan bonito como creías. Todo tu alrededor te observa deseando que le mires a los ojos y entonces solo tienes una solución en mente, y es tirarte otra vez. Pasarse la vida cerrando los ojos y gritando porque en realidad sabes que lo que realmente da miedo es un mundo callado y parado deseando que tomes un camino en el que vivir. Porque eso es realmente lo que deberías hacer, y porque eso, precisamente eso, es lo que da pánico; y que es ahí, y no en el momento de caer, cuando llega el puto vértigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario